Entre el miedo y la esperanza. El futuro incierto (y muy humano) de la inteligencia artificial.

 

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Últimamente, pareciera que todo el mundo habla de inteligencia artificial (IA). Para algunos, es la herramienta que nos llevará al siguiente gran salto de la humanidad; para otros, representa el principio del fin.

Dos textos recientes lo abordan desde ángulos distintos, pero en mi opinión, complementarios: Primero, El futuro de la IA, del tecnoapocalipsis a la tercera vía de Eduardo Turrent Mena (Letras Libres) y segundo, La inteligencia artificial no es peligrosa, las corporaciones sí de Claudio Martínez (Perfil).

Ambos, aunque parten de lugares diferentes, terminan haciéndonos la misma pregunta incómoda:

     ¿El peligro está en la máquina… o en quien la controla?

 

Turrent Mena parte de un escenario muy familiar: vivimos atrapados entre dos discursos.

El primero, el del tecno-apocalipsis, el cual nos pinta un futuro dominado por máquinas que piensan mejor que nosotros, donde el ser humano se vuelve obsoleto. El segundo, el de los evangelistas tecnológicos, el cual promete que la IA resolverá todos los males de la humanidad, desde el tráfico hasta la pobreza.

Entre estos dos discursos, el autor propone algo más sensato: una “tercera vía”, un punto medio donde reconozcamos que la inteligencia artificial transformará nuestra vida, sí, pero que su impacto dependerá más de nuestras decisiones humanas que de las capacidades técnicas de los algoritmos.

En otras palabras: no se trata de tenerle miedo a la tecnología, sino de aprender a gobernarla.

Esa idea me parece especialmente relevante para países como México y otros de América Latina. En donde pareciera que aún no decidimos del todo qué tipo de desarrollo tecnológico queremos. ¿Buscamos simplemente “alcanzar” a otros países o construir un modelo de IA que responda a nuestras realidades, que sirva a nuestras comunidades, que respete nuestra diversidad?

Esa elección parece que será la verdadera frontera entre el progreso y la dependencia.

 

En el texto de Claudio Martínez, la conversación da un giro interesante. Él afirma que la IA, en sí misma, no es peligrosa. Lo que sí puede serlo, y mucho, son las corporaciones que la controlan.

Detrás de cada modelo de IA hay intereses, estructuras de poder y economías que no siempre buscan el bien común. Y ese, según Martínez, es el verdadero riesgo: que terminemos viviendo en un mundo diseñado desde los escritorios de unos cuantos tecno-magnates, donde el poder económico dicta lo que se puede y lo que no se puede hacer.

Es aquí donde la historia se pone interesante.

No es un robot rebelde quien amenaza la autonomía humana, sino un sistema donde los algoritmos deciden sin transparencia y las decisiones automatizadas refuerzan desigualdades.

No se trata del mito de la máquina que nos supera, sino del peligro, muy real, de que el control tecnológico quede concentrado en pocas manos.

Ambos textos se encuentran en un punto común: la inteligencia artificial no es un destino inevitable, sino un espejo. Refleja nuestras ambiciones, nuestros miedos y, sobre todo, nuestro modo de organizar el poder.

Podemos usarla para amplificar oportunidades, mejorar la educación, optimizar los recursos, crear nuevas formas de trabajo. Pero también podríamos usarla, y ya está ocurriendo, para manipular información, vigilar ciudadanos o desplazar empleos sin ofrecer alternativas.

La diferencia la marcará la intención, la ética y la regulación.

Pero, sobre todo, la participación; no podemos dejar que otros decidan por nosotros cómo se usará la IA.

Quizá el futuro no sea un apocalipsis ni una utopía, sino una larga negociación entre lo humano y lo digital. Y ahí, en ese punto intermedio, está nuestra tarea: no temerle a la IA, pero tampoco rendirle culto.

Comprenderla, cuestionarla y usarla con propósito.

Porque el verdadero problema no está en que las máquinas lleguen a pensar, sino en que nosotros dejemos de hacerlo.

Pero ¿tú qué opinas? ¿Qué medidas son imperativas para enfrentar los retos en la aplicación de la inteligencia artificial?

Déjame saber tu opinión.

Hasta la próxima.

 —Jorge García, AIGüey.

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